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lunes, 16 de noviembre de 2009

Convertirse en papá, un gran desafío.



Cuánta emoción sentimos cuando nos enteramos que vamos a ser papás. Aunque nos tome por sorpresa, o sea algo buscado y deseado por mucho tiempo, esta noticia transformará nuestras vidas. Comienza un nuevo proyecto, un nuevo camino a transitar: convertirnos en mamás y papás.

El concepto de “ser madre” y lo que esto implica ha ido cambiando a lo largo de los años. La maternidad se ha ido ajustando a los cambios culturales. Pensemos en las mujeres hace 50 o 60 años, pocas eran las mamás que salían a trabajar, se compartía la maternidad con abuelas, primas, hermanas ya que por lo general vivían más cerca entre ellas, existía otra estructura y sostén familiar.
En la actualidad la maternidad se vive de forma diferente. Las mamás trabajamos hasta casi las 40 semanas de embarazo, y a los tres meses de nacido el bebé, cuando no antes, retomamos las actividades. A lo largo de los años las mujeres han logrado “separarse” del hogar, independizándose económicamente y obteniendo otros logros personales más allá de la maternidad.

Inevitablemente, esta evolución de la maternidad produce un cambio en el rol del padre, en sus tareas y en su forma de vivirla.
Si hacemos el mismo ejercicio con la paternidad, y pensamos en los hombres hace 50 o 60 años, nos encontramos con papás que esperaban fuera de la sala de partos. No se les ocurría la idea de presenciar el nacimiento de su hijo, simplemente no existía como posibilidad, ya que el nacimiento era “cosa de mujeres”. Cual película, podemos imaginarlos en la sala de espera, con cigarro en mano, esperando la gran noticia: “es varón”, “es una niña”. Asimismo, no participaban de los cuidados del bebé, no formaba parte de la paternidad el cambiar pañales, ir a clases de parto, o calmar cólicos.

Los papás no han tenido opción en esta evolución a lo largo de la historia. Hoy en día se les exige una participación activa en el embarazo, parto y puerperio. Los papás más jóvenes encuentran que es casi una obligación entrar a la sala de partos, y si expresan sus miedos o dudas en entrar, se los mira con desaprobación: “¿cómo no vas a ver a tu hijo nacer?”. Está claro que no deja de ser una oportunidad preciosa, que la mayoría de los papás desean y buscan. Pero no olvidemos que esto es relativamente nuevo, no siempre los hombres presenciaron los partos.

Cosa similar sucede con las clases de parto. En estas vemos papás interesados, que quieren aprender y saber todo lo que le va a pasar a su pareja; pero también encontramos papás que preferirían estar en otro lugar, que les producen rechazo los temas del parto, y si pudieran elegir con total libertad, seguramente elegirían no participar. Aquí hay que tener mucho cuidado, porque algo que debería ser placentero y disfrutable, puede pasar a vivirse como una exigencia negativa.

Generalmente, el rol de padre se construye más lentamente que el de mamá. La mujer tiene la oportunidad de sentir a su bebé moverse en su vientre, además de cambios fisiológicos que favorecen que el cuerpo se adapte a la llegada del bebé. Existe un vínculo real, previo, entre la mamá y el bebé.
Sin embrago, a pesar de que el papá puede ver y sentir los movimientos de la panza, le resulta más lento el proceso de construcción de la paternidad. Es ese momento hermoso en donde sentimos llorar y vemos a nuestro hijo, en donde el bebé pasa a ser algo real y tangible, y el hombre se enfrenta a la realidad concreta de la paternidad.

A pesar de que es un proceso más lento, el embarazo de su pareja no pasa desapercibido en el hombre. Hay teorías que hablan de cambios fisiológicos en el papá, que producen síntomas parecidos a los del embarazo en la mujer, se denomina Síndrome de Couvade. Los diferentes trabajos de investigación sobre este tema indican que el síndrome aparece del 10% al 65% de los esposos "gestantes" y se estima que 1 de cada 4 hombres llegan a consultar al médico. Entre los síntomas encontramos: Cambios de humor, Náuseas, Vómitos, Antojos, Aumento de peso, Cansancio, Presión arterial baja, Calambres en las piernas, Dolores abdominales similares a las contracciones uterinas.

Asimismo, el papá va a transitar por sus propios miedos y fantasías. Se produce un cambio generacional, sus padres pasan a ser abuelos, y esto implica un replanteo de la relación. Comienza a pensarlos de otra manera, cuestionando cómo fueron ellos como padres, y valorando elementos que antes no consideraba. El hombre comienza a cuestionarse ¿Cómo quiero ser como papá? Creando su propio modelo de padre.
Surgen inquietudes que a veces se manejan de forma conciente y otras no. Algunos hombres refieren un sentimiento de hiper-responsabilidad frente a los desafíos que plantea una nueva familia. Responsabilidad de mantenerlos económicamente, el sostén emocional, entre otras fantasías.

Todos estos sentimientos que transita el papá, por lo general están en un segundo plano, ya que toda la atención se centra en la mamá embarazada, o en el bebé cuando nace. Socialmente, se le pide al papá que participe activamente del proceso de embarazo, que presencie y acompañe en el parto, y finalmente que atienda y colabore con la mamá y el bebé. Tiene una presencia más activa y participativa, pero con pocas gratificaciones o consideraciones del entorno. Esto lo podemos ver en nuestras tradiciones, cuando nace un bebé, se tiende a ir a visitarlo llevando un regalo para el bebé, muchos también llevan algo para la mamá, pocos consideran al papá.

En conclusión, el rol del padre ha ido cambiando a lo largo de la historia, convirtiéndose actualmente en un papel más activo y presente en el proceso de embarazo, parto y puerperio. Sin embargo, esta evolución positiva ha olvidado la parte afectiva del papá. Es mi anhelo que los lectores de este artículo tengan una nueva mirada hacia los recientes papás, vamos a mimarlos y considerarlos, ellos también están cansados y necesitan un regalo.

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